POR JAPÓN


Me hubiera gustado inaugurar este blog de otra manera, pero, con los tiempos que corren, no puedo dar la espalda al terrible momento que está pasando el admirable pueblo japonés y la dignidad con la que lo están llevando, así que, como una forma de homenaje, quiero contar en unas pocas líneas como ha evolucionado mi visión de su cultura a lo largo de los años.
El primer recuerdo que tengo de ellos es bastante curioso. Se remonta a mi niñez, pero no es un recuerdo escolar, ni de uno de tantos cuentos o tebeos que devoraba por aquel entonces. Recuerdo que en esa época ponían en la “tele” muchas películas de la Segunda Guerra Mundial, con la que yo me sentía de lo más familiarizada porque mi padre era, y sigue siendo, un forofo de los sucesos que acontecieron en aquellos terribles años. Pues bien, en esas películas, los japoneses aparecían como unos monstruos hablando, o más bien gritando, en un lenguaje imposible, y matando a todo el que se le ponía por delante. A mí me gustaban aquellas historias, y me gustaba que ganaran los buenos, por lo que me quedó bastante claro lo malísimos que eran los japoneses y no pensé mucho en ellos durante bastante tiempo, aunque la verdad es que no acababa de entender lo de aquellas primeras y terribles bombas atómicas. El siguiente recuerdo que tengo de ellos fue la llegada de los primeros dibujos animados japoneses, supongo que los precursores del manga. No eran muy atractivos en sus trazos para quienes veíamos en Disney al rey, pero pronto me engancharon, y, como casi todos en aquellos años, lloré con Heidi cuando Clara empezó a andar; y me imaginé acompañando a Marco con su manta de gaucho buscando a su añorada madre. Cada vez se volvieron más atractivos, y llegaron Mazinger, Comando G, Ulysses 31 y la increíble Bola de Dragón. Mi siguiente encuentro con la cultura japonesa fue tan poco convencional con los anteriores. Eran los años ochenta, cuando descubrí al divino Mishima a través de aquella canción de La Mode. Poco tiempo después, en la Facultad, me fasciné con Kurosawa y aquel modo de hacer cine, cruel y tierno a la vez, que rozaba la perfección. La verdad es que también, estéticamente, me encandilaba desde hacía tiempo la estética samurai, y los ninja me resultaban atractivamente misteriosos. Pero ahí quedó todo. Después de bastantes años, y a través de un buen maestro, descubrí el hatha yoga con un estilo bastante japonés y admiré una de las artes marciales más bellas, el aikido. Concocí la dura práctica del zazen y aprendí que todo ello formaba parte de una práctica total, en la que se fundían lo físico y lo espiritual en la búsqueda del equilibrio y la , zazenserenidad, y de la que espero seguir aprendiendo. Esa práctica, que para el modo de vida occidental puede parecer cuanto menos “rara”, y que para el pueblo japonés forma parte de su vida diaria desde la infancia, seguro que ha contribuido en gran parte a conseguir que hayan reaccionado de una forma tan cívica, respetuosa, valiente y compasiva como la que estamos viendo ante un desastre de tal magnitud del que confío que se recuperarán, porque tal vez sea verdad que cada japonés lleva dentro un samurái.