CASABLANCA OTRA VEZ

Han vuelto a poner en la tele estos días Casablanca. La he visto de casualidad, haciendo zapping, y sólo un pedazo, ¡las malditas prisas! Al principio no la había reconocido. Y es que era la versión coloreada, claro, menos mal que pasó de moda esa manía de destrozar así algunos clásicos del cine como éste. He visto a Ingrid Bergman en una de las secuencias clave del filme, cuando entra en el bar de Rick, ya cerrado, y rememoran su historia. Era un primer plano de ella, y me costó unos segundos reconocerla con esas mejillas sonrosadas de Heidi que le habían colocado. Le sienta mejor el blanco y negro, como a él. Los elegantes claroscuros le favorecen y la refinan. 
Entre tareas varias, me he regalado ver esa secuencia. Tengo en casa, la "peli", pero hacía bastante, más bien mucho, que no la ponía. Podría decir que es una de mis favoritas, aunque es más que eso. He hablado tantas veces de ella. En tantas ocasiones distintas. Ya no hace falta contar que es una joya del séptimo arte, ¿quién no lo sabe? Seguramente sale en todas esas famosas listas de las 10, 50, 100 o 1.000 mejores películas de la historia del cine. Y nunca diré que es la mejor, ni creo que lo sea. Pero sí es especial, como si alguna conjunción mágica hubiera conseguido que, en un momento determinado, el mejor, se unieran las personas adecuadas en el momento adecuado, lo cual es fantástico pero no fácil. El genial Bogey y la dulce Bergman, formando una inusual y extraordinaria pareja, dirigidos por el correcto Curtiz con el afán de fortalecer la moral del bando aliado y convirtiéndose en una de las mejores historias de amor del cine de todos los tiempos. También de amistad, con ese inolvidable final que nos hace mezlcar las lagrimitas de la despedida de los amantes con una tímida sonrisa por esa peculiar e incipiente relación entre el duro Humphrey y el vendido capitán. Esa sombra de espaldas, con la eterna gabardina y el sombrero llevado como nadie, esa imagen del perdedor cínico y tierno a la vez por el que todas hemos suspirado, por Bogart y por otros que nos lo han recordado. Esa banda sonora de otro grande, Steiner, con un tema que convertí en cabecera de un querido y breve programa de radio, el sencillo y crudo As time goes by, que no fue reemplazado de milagro, con aquella voz negra y desgarrada de Dooley Wilson, capaz de desbordar lo que los protagonistas, Ilsa y Rick, quieren contener. Y, por fin, el accidentado guión, otra obra de arte dentro del conjunto, que llegé a aprender de memoria, y que queda como uno de los más grandes. 

Me prometo a mí misma que en cuanto pueda sacar dos horas de no sé donde me la veo entera, pero la auténtica, sin colorantes, con ese soberbio, puro, sobrio blanco y negro, para no olvidar viejos recuerdos, para disfrutar llorando un rato sin estar triste, de puro bonito, que a veces hace falta, "You must remember this, A kiss is just a kiss, a sigh is just a sigh...". Porque, además, "siempre nos quedará París".